domingo, agosto 31, 2014

Rafael Felipe Oteriño / Los más viejos














Acostumbrados a caminar por la sombra,
los más viejos tienen conductas extravagantes:
van al mercado, cultivan flores,
como si la muerte no fuera un telón sino un reto.

Guardan la moneda de hoy para el concierto de mañana,
anotan, con tinta gruesa, los números de teléfono,
mantienen una conversación con los difuntos,
disimulando las ofensas para que no parezcan excesivas.

Dicen que fueron felices,
aunque las pruebas demuestran lo contrario,
hablan de los hijos como si los vieran a diario,
comienzan un tejido y aprenden computación.

No hay en ellos señales de alarma
ni sueños malos que los persigan,
no se sienten hostigados ni piden auxilio,
sus relojes no marcan las horas a menos que se rompan.

Maestros de lo improbable,
pasan muchas horas con las ventanas abiertas,
están y no están en sus sillas caldeadas, son y no son.

Barren la vereda como si nada estuviera a punto de estallar,
como si los cuatro puntos cardinales
no se hubieran fundido, para ellos, en uno solo.

Rompen el mito de la muerte,
sumando un anillo más al árbol que los cobija.
Dicen que fueron felices.                            

Rafael Felipe Oteriño (La Plata, 1945), Viento extranjero, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014














sábado, agosto 30, 2014

Sait Faik Abasiyanık / Pasadas las diez de la noche











Pasadas las diez de la noche, alguien contempla los barcos y las luces, y sonríe.
¡Ay! Si le compraran un billete, sería tan fácil dar la vuelta al mundo;
El que está a su lado desea ir, pero no piensa ir,
Para él todo es mentira, fantasía y melancolía.
Los que deambulan buscando un amigo
Deben apartarse de él…
No es posible hacer amigos en el Puente;
Desde el Puente sólo se contempla.

Sait Faik Abasiyanık (Adapazari, 1906-Estambul, 1954), Tiempo de amar, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 1990
Trad. de Fernando García Burillo y Mukkader Yaycioglu
Envío de Jonio González

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Foto: s/d

viernes, agosto 29, 2014

Giovanni Raboni / Remodelación











De todo eso
no queda nada (o quizá algo
se adivina, hay todavía alguna calle
empedrada al medio, una fonda).
Aquí, decía mi padre, convenía
venir con cuchillo.. Y sí, el Naviglio
está a dos pasos, la niebla era más fuerte
antes de que lo cubrieran... Pero lo
que han hecho, destruir las casas,
destruir barrios, aquí y en otras partes.
¿para qué sirve? El mal no estaba
allí adentro, en las escaleras, en los patios,
en los corredores, cuando mucho podías
agarrarte algo por la humedad. Si mi padre
viviera, le preguntaría a él también: ¿Te parece
que sirve? ¿Es la manera? A mi me parece que el mal
no está nunca en las cosas, le diría.

Giovanni Raboni (Milán, 1932-Fontanellato, 2004), A tanto caro sangue, Mondadori, Milán, 1988
Versión de Jorge Aulicino
Foto: s/d


Risanamento

Di tutto questo
non c'è più niente (o forse qualcosa
s'indovina, c'è ancora qualche strada
acciottolata al mezzo, un'osteria).
Qui, diceva il mio padre, conveniva
venirci col cotello... Eh si, il Naviglio
è a due passi, la nebbia era più forte
prima che lo coprissero... Ma quello
che hanno fatto, distruggere le case,
distruggere quartieri, qui e altrove,
a cosa serve? Il male non era
lì dentro, nelle scale, nei cortili,
nei ballatoi, lì semmai c'era umido
da prendersi un malanno. Se mio padre
fosse vivo, chiderei anche a lui: ti sembra
che serva? è il modo? A me sembra che il male
non è nelle cose, gli direi.

jueves, agosto 28, 2014

Alekséi Petróvich Tsvetkov / ¿Para qué se esmeraban las golondrinas?













¿Para qué se esmeraban las golondrinas?
¿En qué se afanaban los vencejos?
Qué rápido se desvanecían en el aire
bosquejos de las alas sutiles.
Con qué claridad en el aire deslumbraban
y ahora, observa, vuelve a descifrarlo.
Tan efímero fue todo
como si nunca hubiera sucedido.
Y así nosotros para alguien
tejíamos encaje en el vuelo.
Pero la faena delicada de las alas
no permanece mucho en el aire.
¿Para qué la pose profética
sobre la hoja manchada?
Sólo somos golondrinas sin provecho
en el aire vacío de nadie.

Alekséi Petróvich Tsvetkov (Stanislav, actualmente Ivano-Frankivsk, Ucrania, 1947 - Jolón, Israel, 2022), Arquitrave, nº 23, Bogotá, febrero de 2006
Trad. de Ludmila Biriúkova
Envío de Jonio González

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Act. 2022

miércoles, agosto 27, 2014

Alejandro Schmidt / El problema son los analfabetos de la gloria











el problema no es que nuestros poemas se traduzcan o no a la voz oficial del imperio
el problema es que se editen en los arrabales de la supremacía
y sean larvas (diría) en la precaria cultura de los que designan tapas
turismo cátedras
el problema no son los sistemas de distribución
el entrado-salido de los escritorios virtuales
en tanto y en cuanto refracten sobre el Glam alterno
el problema no son los mecenas lavándose después de crímenes y crímenes
ni nuestros cancilleres de letras
y su ignorancia, mala memoria, desidia o mezquindad

el problema es creer
leprosearse
y no atar una campana al pie para salir a mendigar

el problema es estar solo para siempre
y hablar desde el cajón

el problema no son las imágenes
sino el silencio de dios

el problema son los analfabetos de la gloria

(sabremos perfectamente qué es la gloria
cuando hagamos un jarrón con el dolor
del deseo
y lo llenemos con lirios de los valles)

 si leo a tao lin
y a tanto de la alt lit
y a los anteriores
generación X, etc.
comprendo que
el problema del siglo XXI
en cuanto a la justicia o no
de alguna lírica
alguna herida de la cosa en sí
vanguardia
o percepción
no depende de cuestiones administrativas-tecnológicas
el reflujo del poder
y la cabellera de los bárbaros
sino de cierta desilusión
en cuanto al rigor de los venenos del yo

nuestro problema es la interpretación
de lo imposible
considerando
lo imposible
como producto

nuestro problema es la desaparición
como una de las bellas artes estatales

nuestro problema es la claridad de los psicóticos
su ética

con naturalidad pienso en siglos venideros
(como todos los muertos por otra parte
sentados a través de la galaxia)

nuestro problema es conjurar una soledad de vodevil
y después llamarla maldición
destino
fiesta triste

el problema no es que el azar se vuelva necesidad
el problema es levantarse y sonreír desde todos los huecos de este cuerpo
     mortal.

Alejandro Schmidt (Villa María, Argentina, 1955-Córdoba, Argentina, 2021), en Romanticismo y verdad

martes, agosto 26, 2014

Humberto Quino Márquez / Poema para ser cantado por un papanatas








No alcanzaré el frágil reposo.

Ni la sombra rosa crecerá en mi sexo.

La cabellera de una lápida
El son de mi muerte toca.

Y
El sonreír es agrio
En medio de las cenizas.

Sin embargo
Llegamos al sitio
Donde la intemperie cubre mi cráneo
La fosa común donde sobrevive el muerto.


de Mudanza de oficio, La Paz, 1983

Humberto Quino Márquez (La Paz, 1960), Unidad variable. Bolivia-Argentina. Poesía actual, La Hoguera, Santa Cruz de la Sierra, 2011

lunes, agosto 25, 2014

Rubén Reches / El teléfono de la casa paterna

 






                                    





a la memoria de mis padres
Jane Szichman y Samuel Moisés Reches


Acabo de cambiar el aparato telefónico.

En la casa de mi infancia,
adonde he vuelto a vivir con mujer e hijos.

Desconectado, entre tornillos y pedazos de cable,
el aparato viejo parece esperar en la mesa del comedor
a que se proceda con él a un baño ritual.

Y ahí se está, como resto de un antiguo naufragio
que ha vuelto a tierra firme y se ha puesto a secar:
pierde su envoltura de cosa de humano
en el breve rato que necesita cualquier objeto depositado por el mar
para secarse de siglos de errar sumergido.

Muy pronto me parece que podría vacilar en decir para qué sirve,
qué fue, si es algo que ya estaba en la casa o si lo acaban de traer,
cuando durante cuarenta años por él llegaban y salían voces
que tejieron la historia de un continente perdido en el que yo fui hijo,
y mis propios dedos pequeños giraban su disco para llamar a mis amigos de pantalón corto.

Muchas de las escenas centrales de la historia de mi primera familia
se constituyeron a su alrededor y al cabo de un rato se disgregaron,
¡en este caleidoscopio donde cada pedacito de papel es un ser humano!

Por él se anunciaron nacimientos de seres
que muy pronto iban a decidir exponer sus pechos a las balas de la tierra.
Por él un día mi madre oyó después de cincuenta años
la voz de su hermano soviético que acababa de llegar a Israel
mientras en otra pieza esperaban su turno de hablar tías y tíos.
-Al volver a la pieza cada uno debía transmitir con la mayor fidelidad
las pocas palabras dichas por el hermano mayor
que se había quedado en Moscú porque ya era un hombre y optaba por guerrear
mientras el padre rabino y la madre cuyo vientre había diez veces a luz
decidían emigrar con todos los hijos que pudieran-.
Por él nos felicitaban por casamientos,
-por el de mi hermano primero, por el mío después-.
En los días que precedieron al de mi hermano,
recuerdo las llamadas a la modista, a la confitería, a todo lo que se alquilaba.
Por él dije mis primeras palabras de amor.
Él ocultó el temblor, el enrojecimiento, el rostro demudado
y sólo dejó pasar las palabras casi puras.
Por él mi padre anunció la muerte de mi hermano
después de arrancar su tubo de las manos de mi madre
para abreviar un llamado que los sollozos de mamá rota para siempre
podían prolongar hasta la exasperación.
Por él llamé y me llamaron amigos para decirnos, sin disculpas ni preámbulos,
poemas recién terminados o un verso que acabábamos de modificar en algo,
en días en que no dudábamos, -¡y con cuánta razón entonces!-
de la incondicional disponibilidad del otro,
de que al otro ese poema anunciado o ese verso imperfecto
lo habían mantenido en vilo con tanta intensidad como a uno mismo.
Por él circularon conversaciones clandestinas
con sus circunlocuciones y sus claves.
Las de mi hermano comunista primero, y luego,
muchos años más tarde, las de yo mismo comunista.

Finalmente, de los cuatro, fui yo quien lo desconectó.

Aunque el balance final de sus días entre nosotros no fue bueno,
lo guardo con respeto junto a las herramientas en la oscuridad de un placard.

Al depositarlo, roza levemente un obstáculo y vuelve a sonar su campanilla.

No descubro razones para que yo quiera sacarlo alguna vez de donde está,
pero me digo que las manos que un día lo hagan
no tendrán motivo para actuar con extrema delicadeza
y la campanilla sonará de nuevo.

Porque él reserva gotas de sonido para cuando yo mismo ya no esté.

Rubén Reches (Buenos Aires, 1949), Poesía reunida, Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012
En Caína Bella asimismo

domingo, agosto 24, 2014

Jorge Eduardo Eielson / Mutatis mutandi












1

Existirá una máquina purísima
copia perfecta de sí misma
y tendrá mil ojos verdes
y mil labios escarlata
no servirá para nada
pero tendrá tu nombre
Oh eternidad

2

cifra sin fin cifra sin
fin cifra que nunca
principia
cantidad esplendente
cero encendido
dime tú por qué
dime dónde cuándo cómo
cuál es el hilo ciego
que se quema entre mis dedos
y por qué los cielos claros
y mis ojos cerrados
y por qué la arena toda
bajo mi calzado
y por qué entre rayos sólo
entre rayos me despierto
entre rayos me acuesto

3

oh laberinto
diamantes en marcha
electricidad que canta
en sus altos divinos cilindros
qué lejos ya mi corazón
mis intestinos y mi voz todo
misteriosamente dispuesto en cúpulas
iguales como las estaciones
o el manto de las horas
todo en busca
de esplendores que no llegan
de evaporados mundos
de lejanas y altas velocidades
que no perdonan

4

igual a la luz
más tus ojos
como yo o como tú
pero encendido
jardín de plumas que no existe
luz de nada
aire y tierra sin fronteras
agua y fuego confundidos
semejante a cuanto adoro
pero nada
semejante a tu mirada ciertamente
semejante a centenares
de millares de millones
de manzanas
pero en llamas

5

porque tu cuerpo es de tierra
y mi cuerpo es de tierra
de qué sirve la tierra sin tu cuerpo
de qué sirve la tierra sin mi cuerpo
de qué sirve tu cuerpo sin mi cuerpo
y mi cuerpo y tu cuerpo de qué sirven
si tu cuerpo y mi cuerpo son de tierra
tierra más tierra nuestros hijos
tierra con redondez la tierra
y todo lo que existe sobre la tierra
tierra tierra tierra tierra

6

pura astronave brilla siempre
como una simple lámpara de aceite
que ya se siente sola
y sin familia
en el terrible espacio
entre tanto cielo ciego
que no cesa
y tanto abismo centelleante
que no se abre

7

de inexplicable cristal
que respira
quisiera ser de nylon
de celophan de acero
de sonrientes materias
que no mueren
no soy en cambio
sino de carne y hueso
juguete pálido del jazz
y de las horas
miserable volumen
que padece

8

de noche
de rodillas
solo de noche
de noche sólo
de verde tú
yo de rojo
de rodillas
en la noche
de tanto verte
y no tenerte
o de tenerte
y ya no verte
ni de rodillas
ni tú de verde
ni yo de rojo

9

nada
sino una masa clara
de millones y millones de kilos
de plomo de plata de nada
vacío y peso y vacío nuevamente
nada de plomo plomo en la nada
nada de plata plata en la nada
nada de nada nada en la nada
nada
sino la luna
la nada
y la nada nuevamente

10

escribo algo
algo todavía
algo más aún
añado palabras pájaros
hojas secas viento
borro palabras nuevamente
borro pájaros hojas secas viento
escribo algo todavía
vuelvo a añadir palabras
palabras otra vez
palabras aún
además pájaros hojas secas viento
borro palabras nuevamente
borro pájaros hojas secas viento
borro todo por fin
no escribo nada

Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924-Milán, 2006), Mutatis mutandis, La Rama Florida, Lima, 1967
Envío de Jonio González

sábado, agosto 23, 2014

W. N. Herbert / Monte Ávila, "el techo de la ballena"









Hora de internarse en el más allá
como lo cataloga la bárbara ciudad, alejándonos
del teleférico que sube de Caracas
al matrimonio de hojas y de vaho:
un gran barco de gotas grisáceas
se halla anclado en la cima del Ávila
y Argelia y yo hemos de llegar allí antes
de que la tripulación de lluvia desembarque
y el canto de los pájaros se estrague en sus gargantas.

Pero antes la niña de la gorra cubana
ha de gritar “no amo caer” y su madre
ha de reírse, nos caigamos o no,
y bajo el mecerse de nuestros pies los árboles
han de llenar sus campanarios de niebla
con un tambaleante carillón de hojas mustias
que sueñan con volverse libros de segunda mano
depositados en la acera del Parque Central:
Poesía Global para Mudos, La Prisión de la Imaginación.

Brincamos de la cuna a la bruma, pasando
entre vendedores de arepas y melocotones
por una vereda que se estira como tendedero pandeado
entre las sudorosas palmas frías de la niebla
más allá de los perros que cuidan estas cumbres
de las estrellas piratas, las ladronas galaxias.
Dejamos atrás los ciegos telescopios arrumbados
y nos acercamos a la colosal columna del Hotel Humboldt,
rota por la bruma, medio a oscuras.

Y es sólo al estar bajo los árboles sin copa
meando entre sus apanicadas piernas, a la espera
de que abra el piano bar, cuando me doy cuenta
de que un caballo invisible me sigue
desde hace un rato  — notas translúcidas
cuelgan de sus pestañas traicionando
su presencia, tan truculenta y tímida como siempre,
atraída por helados y balas envueltas
en servilletas, por entre las piernas de los mangos.

Y es sólo cuando la bruma aclara y no aclara
como un mar que entrega sus honduras, sus muertos,
sus pacientes habitantes atónitos,
y el caballo y Argelia y yo bebemos cerveza
en el English Bar, a pesar del frío que hace
y de que el bar ni siquiera llega a falso tudor,
cuando entiendo que el mundo está al revés, erróneamente,
que estas cumbres irrumpen en el Leteo
y que somos presa de una manta raya diabólica.

Y esto me lo confirma una hueste de endemoniados turpiales
que relampagueando sus desconocidas colas amarillas en V
y desplegando el azul nervio de sus pechugas
comienzan a conversar en una lengua trabada
sólo divisable por marineros de tal dimensión,
capaces de comprender a estos seres ansiosos
por cruzar las estrellas sin una pregunta.
Y claro, ya se ha hecho oscuro como un caballo pardo
y miramos abajo a la ciudad dando a luz a las horas.


W. N. Herbert (Dundee, Escocia, 1961), inédito
Traducción de Pedro Serrano


Monte Ávila, “the whale’s roof”

Time to be climbing out of time
as the wild city rates it, receding from
the cable car rising from Caracas
into the marriage of leaf and mist:
a great ship composed of greying droplets
is docking at the summit of Avila
and Argelia and I must get there before
its rain-crew disembark and birdsong
resiles into its respective throats.

But first the child in a Cuban forage cap
must cry ‘no amo caer’ and her mother
must laugh, whether we fall or not,
and each tree beneath our swaying feet
must fill a bell-tower built from fog
with its shaking carillon of hangdog leaves
which dream of becoming second-hand books
laid on the pavement in the Parque Central:
World Poetry for Dummies, La Prisión de la Imaginación.

We leap from the cradle and into the haze,
pass among the sellers of arepas and melocotón
along the path stretched like a sagging clothesline
between the sweating cold palms of the fog
past the dogs that guard these heights
from the piratical stars, the thieving galaxies.
We pass by the blind dejected telescopes
and approach the colossal, mostly-obscured,
mist-broken column of the Humboldt Hotel.

It’s only as we stand beneath the topless trees
pissing down their panicking legs, waiting for
the piano bar to open, that I realise
an invisible horse has been following me
for some time – translucent notes
hanging from its eyelashes betray
its presence, truculent and shy as always,
summoned by helados and bullets wrapped
in handkerchieves, by the thighs of mangoes.

And it’s only as the mist clears and unclears
like a sea rendering up its depths, its dead,
its patient staring inhabitants,
and the horse and Argelia and I drink beer
in the English Bar, even though we’re so cold
and the bar is not even sub-mock-tudor,
that I understand the world is the wrong way up,
that mountaintops protrude into Lethe
and that we are in the grip of a devilfish.

As if to confirm this conclusion a host of devilbirds
flash their unknown yellow tails in Vs
and display the nerve-coloured blue of their breasts
and begin to converse in a cluttering language
only sailors of these dimensions could have devised
to be understood by those beings eager
to pass among the stars without questions.
Of course it is already dark as a horse
and we look down upon the city giving birth to hours.

viernes, agosto 22, 2014

Laura Wittner / La única forma de equilibrio








Poseída por la fotonovela
en blanco y negro, en grises azulados
sobre una pila de elementos inestables
bajo una capa de nubarrones sólidos.

No hay otra forma de calma sino ésta:
la de Trevelin, la de los nueve años,
la de la luz que debe ser: la no forzada
cercana siempre a la avalancha intrínseca.
Siempre sentada sobre una cima móvil.

Laura Wittner (Buenos Aires, 1967), inédito

Foto: Laura Wittner por Clara Muschietti

jueves, agosto 21, 2014

James Merrill / El poeta ahogado









El poeta ahogado, horas antes de ahogarse
tenía ojos de remolino, sal en sus muñecas, y exhibía
una acuática afectación. El mar estaba enterado,
como las flores en la cabecera de una herida,
de una responsabilidad inminente,
como un imán tendióse al lado de él durante todo el día azul;
ambiguo como un pulmón.

El observaba a los buzos estudiar un elemento
familiar como las escalas para el músico,
donde nadar es una progresión de vocales largas,
una comunicación que nunca puede ser buscada,
pues en sí misma es completa: evidente como las perlas,
ligada a los acontecimientos.

Ahogarse fue la perfección de la técnica,
la palabra envolviendo su propio sentido, como el Tiempo;
como si habláramos de poemas en un poema,
o en el momento culminante en una sonata citáramos
ejercicios de digitación: un cumplido
para todo logro.

James Merrill (Nueva York, 1926-Tucson, 1995), Alberto Girri, 15 poetas norteamericanos. Segunda serie, Bibliográfica Omeba, Buenos Aires, 1969

miércoles, agosto 20, 2014

Giovanni Pascoli / La calandria

I
Borbolla en lo alto un parlotear canoro,
Es la calandria inmóvil en el pleno
Sol meridiano, como un punto de oro.

Sólo su voz domina en el sereno
Y vasto azul, mientras va callando
La copla del gañán en el centeno.

Y el cascabel, tan argentino, cuando
Pasa la jardinera, ya lejana:
Que el cochero, a la sombra, está almorzando

No hay más cigarras, ni más ronca rana,
Ni un soplo, ni un volido por la umbría.
Única en todo el cielo, ella se ufana.

Se ufana y canta, y su himno que gloria
La música del alba y de los setos,
Como el iris del ópalo varía.

Canta, y oyes los silbidos indiscretos
Del mirlo matinal, y te robora
Picante olor de enebros y de abetos.

Y en un frescor de umbría gemidora,
Del rocío y corteza, la incitante
Fragancia del madroño y de la mora.

Por doquier, si en el bosque vas errante,
Los trinos son más líquidos y ricos.
Después, se oye cual golpes de distante

Picapedrero, martillar los picos...

II

Mas, no; dib, dib; si es gorrión... Ya llena
La bruma el campo en que, desde la aurora,
Muge el buey y trajina la faena.

Humean tierra y cielo a aquella hora,
Y tras el seto de álamos temblones
La humedad del abono se evapora.

Bórranse allá en la niebla, los peones;
Acá el arado emerge, por encanto,
Entre un piar de míseros gorriones.

Mas ¿de dónde lanzó su dulce canto
La codorniz? Ya el girasol, orondo
Se despliega, y perfuma el oxiacanto.

Quizás es ya la tarde y en el fondo
Del estival paisaje que se azula
Canta la codorniz al trigo blondo.

El maizal de luciérnagas pulula
Y de grillos el prado; en los almiares
El heno, perfumado, se acumula.

Y no; es la aurora; bajo los alares,
Cual gárrulas zagalas, junto al nido
Charlan las golondrinas familiares.

La casa duerme: el jarro preferido
Del buen café, nadie hurga todavía.
Vuela y revuela el matinal silbido,

Ante la verde, inmóvil celosía.

III

El grito del cernícalo... Una hirsuta
Soledad... Rudas peñas al contorno...
Matorrales de ajenjo y de cicuta...

Abruma el cielo el estival bochorno,
Y como un ebrio en el paisaje huraño,
Ronca un torrente de impetuoso torno;

Cuando he aquí que en el perfil extraño
De un alto escombro dentellado en piedra,
Se oye cantar al pájaro ermitaño.

Canta como alma fiel que no se arredra
Con el dulce penar, desde la ruina
Amortajada de piadosa hiedra,

Pájaro azul. Mas oigo que, vecina,
La curruca gorjeó. ¿Dónde? En un huerto
Cercado por el boj y la uva espina.

Allá rojea entre el follaje muerto
Tal cual manzana, dórase la pera,
O algún higo se arruga al descubierto;

Y canta la alondrilla y la parlera...
Mas no; eres tú, que inmóvil al sol pleno,
Trinas, calandria, sobre la pradera.

Sólo tu voz expláyase en el seno
Del claro azul, con la virtud secreta
De un sortilegio límpido y sereno:

Grande en tus breves alas, ¡oh poeta!

Giovanni Pascoli (San Mauro di Romagna, 1855-Bologna, 1912), Il Nuovo, Vecchio Stil. Hoja de poesía italiana, n° 22, Córdoba, 1988
Traducción de Leopoldo Lugones


La calandra



Galleggia in alto un cinguettìo canoro.
È la calandra, immobile nel sole
meridïano, come un punto d'oro.

E le sue voci pullulano sole
dal cielo azzurro, quando è per tacere
la romanella delle risaiole;

e non più tintinnìo di sonagliere
s'ode passare per le vie lontane;
ché già desina all'ombra il carrettiere.

Né più cicale, né più rauche rane,
non un fil d'aria, non un frullo d'ale:
unica, in tutto il cielo, essa rimane.

Rimane e canta; ed il suo canto è quale
di tutto un bosco, di tutto un mattino;
vario così com'iride d'opale.

Canta; e tu n'odi il lungo mattutino
grido del merlo; e tu senti un odore
acuto di ginepro e di sapino,

senti un odore d'ombra e d'umidore,
di foglie, di corteccia e di rugiada;
un fragrar di corbezzole e di more.

Vai per un bosco e senti, ove tu vada,
quei fischi uscir più liquidi e più ricchi;
poi, come colpi da remota strada

di spaccapietre, il martellar de' picchi.

II

Ma no: dib dib: è il passero. Ricopre
la nebbia i campi, dove è dall'aurora
de' bovi il muglio e il viavai dell'opre.

Fuma la terra, fuma il cielo; ancora
fuma il camino e, tra le tamerici,
fuma il letame e grave oggi vapora.

Vaniscono laggiù le zappatrici;
di qua l'aratro emerge per incanto,
tra un pigolìo di passeri mendici.

Ma donde viene chiaro e dolce il canto
or della quaglia? È in fior lo spigo; tondo
s'apre nei campi il fior dell'elïanto.

È sera forse? e dentro il ciel profondo
il crepuscolo indugia? e nel sereno
canta la quaglia di tra il grano biondo?

E pieno il prato è già di trilli, e pieno
il grano è già di lucciole, e su l'aie
bianche s'esala il buon odor del fieno.

E no, ch'è l'alba: è sotto le grondaie
tutto un ciarlare. Sono intorno al nido
le rondinelle garrule massaie.

La casa dorme. Niuno ancor nel fido
bricco il caffè, nemico al sonno, infuse.
Vola e rivola il mattutino strido

lungo le verdi persïane chiuse.

III

Un torvo strillo di poiana... muta
solitudine... roccie irte, malvage...
qualche cesto d'assenzio e di cicuta...

Il cielo sfuma in un rossor di brage.
Solo un torrente urlare odo: russare
d'un ebbro in mezzo una sua muta strage.

E la poiana strilla. Ecco mi appare
una rovina, una deserta chiesa,
da cui te, solitario, odo cantare.

Canti come una dolce anima presa
da' suoi ricordi, tu, dalla rovina
dove è già la pietosa edera ascesa,

passero azzurro! O donde mai, vicina
cincia, m'inviti in vano a te? Da un orto
rosso, cui cinge il bosso e l'albaspina.

Pendono rosse tra il fogliame smorto
le dolci mele, e ingiallano le pere.
Nel mezzo un fico, nudo già, contorto.

E vi cantano cincie e capinere...
Ma no, sei tu che, immobile nel sole,
canti, o calandra, sopra le brughiere.

E le tue voci pullulano sole
dal cielo azzurro, con virtù segreta,
come veggenti limpide parole,

o grande su le brevi ali poeta!


martes, agosto 19, 2014

Leonardo Sinisgalli / Apretada entre dos cúpulas




Apretada entre dos cúpulas
conozco una callecita
a la que no llega nunca el sol
y se oye la queja de un viejo
meadero intermitente.
Además de los sacristanes
pasan por allí los actores
de un teatro de marionetas
que entran por la puerta de servicio
abierta solo los domingos
y los jueves.
                      Vuelvo a respirar
en este meandro abandonado,
me siento en el escalón de un nicho.
me enjugo el sudor,
me desato los zapatos.
Enfrente, como en un altar
adornado con telarañas,
irradia la vidriera de una vinería
con botellas de hace un siglo.

Leonardo Sinisgalli (Montemurro, Lucania, Italia, 1908-Roma, 1981), Mosche in bottiglia, Mondadori, 1975
Versión de Jorge Aulicino

Foto: Leonardo Sinisgalli Basilicata 24

Stretta tra due cupole

Stretta tra due cupole
conosco una stradetta
dove non arriva mai il sole
e c'è il lagno de un vecchio
pisciatoio intermittente.
Oltre gli scaccini
ci passano gli attori
di un teatro di burattini
che imboccano la porta di servizio
aperta solo la domenica
e il giovedi.
                    Torno a prendere fiato
in questo meandro abbandonato,
mi siedo sul gradino di una nicchia,
mi asciugo il sudore,
mi slaccio le scarpe.
Di fronte come un altare
adorno di ragnatele
arde la vetrina di un vinaio
con bottiglie di un secolo fa.

lunes, agosto 18, 2014

Jean-Louis Giovannoni / La invención del espacio










Nuestras palabras son el espacio
que le falta a este mundo.

Nuestras palabras
son la orilla del mundo.

La orilla
que faltaba.
Uno no atraviesa el espacio
Lo deduce de sus pasos.

No les da un cuerpo
a las cosas
se lo retira.

No hay gesto
sino en el crecimiento
y la desaparición.

Uno escribe
para vaciar el mundo
para que ese despojamiento
comience
lejos
de su propio abrazo.

Uno no les da espacio
a las cosas
Se lo arranca.

Las vacía
de esa atracción
por el adentro.

Abrir el espacio
es colocar las cosas
fuera de sí mismas.

Uno no gana el espacio
lo abandona
desde el primer paso.

Uno no puede moverse
Sino perdiendo
a cada instante
su tierra.

Y mientras más crece en ella
más de ella debe retirarse.

Todo ese mundo que espera
que uno cruce un pasaje
que uno le dé un lugar
en el que no estará
en el que nada ya lo retendrá.

Basta hablar
para que los objetos se destaquen del fondo
se oreen.

Basta que uno nombre
una cosa para que se aleje
no tenga ya la misma consistencia.

Basta escribir una palabra
para que el mundo gane su extensión.

Nuestras palabras son una orilla
de la que puede partirse.

Uno escribe
y el mundo respira
se sustrae
lejos de sí mismo
en la contención
de lo amplio.

Jean-Louis Giovannoni (París, 1950), revista Vuelta, vol. 19, nº 224, 1995
Traducción de  Aurelio Asiain
Envío de Jonio González

En la foto, Giovannoni en 1982

L'invention de l'espace

Nos mots sont l’espace / qui manque à ce monde. // Nos mots / sont le bord du monde. // Le bord / qui manquait. // On ne franchit pas l’espace / on le déduit de ses pas. // On ne donne pas un corps / aux choses / on le leur enlève. // Il n`est de geste / que dans la venue / et l’effacement. // On écrit / pour désemplir le monde // pour qu’il se dessaisisse commence // loin / de sa propre étreinte. // On ne donne pas de l’espace / aux choses / on leur arrache. // On les vide / de cette attirance / pour le dedans. // Ouvrir l’espace / c’est pousser les choses / hors d’elles-mêmes. // On ne gagne pas l’espace / on l’abandonne / dès le premier pas. // On ne peut bouger / qu’en perdant / à chaque instant / sa terre. El plus il en vient / plus il faut en retirer. // Tout ce monde qui attend / que l’on creuse un passage // qu’on lui donne un lieu / où il ne sera pas // où plus rien ne le retiendra. // Il suffit de
parler / pour que les objets se détachent du fond / s’aèrent. // Il suffit que l’on nomme / une chose / pour qu’elle s’allège / n’ait plus la même consistance. // Il suffit d’écrire un mot / pour que le monde gagne son étendue. Nos mots sont un bord / d’où l’on peut partir. // On écrit / et le monde respire // se soustrait // loin de lui-même // dans la tenue / du large. // (Décembre 1991, rue de la Présentation)

domingo, agosto 17, 2014

Pilar Adón / ¿Quieres algo de mí? ¿Has llamado a mi puerta?








¿Quieres algo de mí? ¿Has llamado a mi puerta?
Dije sí al cansancio y dije sí al temor.
Dije sí a la más profunda pérdida de lo habitual y a la charla amable
bajo los pinos iluminados por el farolillo de noche.
Dije sí a los ojos siempre abiertos y a la extrañeza.
Y, ahora que lo sabes, dime, ¿quieres algo de mí?
¿Has sido tú, en realidad, quien ha llamado a mi puerta?

Pilar Adón (Madrid, 1971), Con nubes y animales y fantasmas, EH, Jerez de la Frontera, 2006
Envío de Jonio González 

sábado, agosto 16, 2014

Ilhan Berk / Murallas











Sois de estirpe real
Yo nada sé de imperios.
Un día nos daremos cuenta de que estamos en los bazares
En los bazares de Constantino VI, la mano de San León, las sandalias de
Cristo esa cara suya de no sé qué en los bazares
Delante de las casas el obelisco godo, los soles del Monasterio de
Balikli delante de las casas
Estambul no había caído aún se freía muy buen pescado
No había modo de que Estambul cayera.

Retiramos de la circulación todas las monedas acuñadas con nuestro
nombre no acuñamos monedas nunca más
No aceptamos ni los medallones de Beato Majano ni los de Paolo
Bellini, los rechazamos todos
No necesitamos para nada las murallas nadie las necesita
Miren eso sí que es cierto nadie necesita una cosa así
Vuestros antepasados no se quedaron cortos a la hora de levantar murallas
No bastaba nuestra infelicidad.

Estambul no volverá a verme nunca más.

Ilhan Berk (Manisa, Turquía, 1918- Bodrum, Turquía, 2008), Mar de Galilea, Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, Madrid, 2005
Trad. de Clara Janés y Çagla Soykan
Envío de Jonio González

viernes, agosto 15, 2014

Robert Duncan / Sol de agosto








Dios del calor ocioso, en este deslumbrante camino
                todo lo dominas.
Y sobre los verdes campos marchitados
                por tu alma, estas
sedientas, indóciles plantas desarrollan una doméstica jungla
                para proteger sus frutos.
Canto a todas las cosas ocultas, esperando
                la gracia de la noche.

Robert Duncan (Oakland, 1919-San Francisco, 1988),  Alberto Girri, 15 poetas norteamericanos. Segunda serie, Editorial Bibliográfica Omeba, Buenos Aires, 1969 

jueves, agosto 14, 2014

James Joyce / Inundación













Marrón dorado sobre la saciada inundación
la mata de parras se eleva y oscila:
vastas alas por sobre las aguas centelleantes meditan
sobre el día sombrío.

Un desperdicio de aguas cruelmente
oscila y eleva su melena de malezas
donde el día pensativo contempla el mar desde arriba
en tedioso desprecio.

Eleva y oscila, oh parra dorada,
tú apiñas frutas para amor de la intensa inundación,
centelleantes y vastas y crueles como es tu
incertidumbre.

James Joyce (Dublín, 1882-Zurich, 1941), Poems Penyeach, Shakespeare & Company, París, 1927
Versión: Marina Kohon


Flood

Gold-brown upon the sated flood
the rock-vine clusters lift and sway:
vast wings above the lambent waters brood
of sullen day.

A waste of waters ruthlessly
sways and uplifts its weedy mane,
where brooding day stares down upon the sea
in dull disdain.

Uplift and sway, O golden vine,
thy clustered fruits to love's full flood,
lambent and vast and ruthless as is thine
incertitude.

miércoles, agosto 13, 2014

Cees Nooteboom / Dos poemas















Cebo

La poesía nunca puede hablar de mí,
ni yo de la poesía.
Yo estoy solo, el poema está solo,
y el resto es de los gusanos.
Me detuve en las calles donde viven las palabras,
libros, cartas, informes,
y esperé.
Siempre supe esperar.
Las palabras, con sus formas claras u oscuras,
me volvieron más oscuro o más claro.
Los poemas me alcanzaron
y se reconocieron como objetos.
Yo pude verlo y verme.
No tiene fin esta adicción.
Escuadrones de poemas están buscando sus poetas.
Vagan sin mando por el amplio
territorio de las palabras
y aguardan el cebo de su perfecta,
hermética, condensada, acabada
e irreductible
forma.


Figura

La flor del hibisco es flor de un día,
estrella de fugaz fuego que contradice
jardín y cielo, y el hombre dentro un cuerpo
que se defiende, como toda flor.

Lo que él no sabe: cuán cierto es todo esto.
¿Es real esta figura que en el último
brillo de las estrellas se sienta afuera,
no ve la flor, se abrasa
a la luz fría, y al alba temporal
recoge flores de un suelo negro
rehuyendo la violencia
de la luz del sol?

El ansia de duelo que se abre paso en él
recuerda a un amigo, una amistad
que pierde su medida
entre tanto quebranto.

¿Qué es lo que hay allí, un hombre o un poema?

El cartero con su camisa amarilla llega hasta la verja
en bicicleta, cuenta el mundo, entrega su carta
a un ser viviente, no sabe de duelo o alma.
Ve las flores rojas del suelo,
dice ‘va a hacer calor hoy’,
desaparece luego en la luz

y en este poema.

Cees Nooteboom (La Haya, 1933), La luz por todas partes. Antología, Visor, Madrid, 2012
Trad. de Fernando García de la Banda
Envío de Jonio González

Foto: Exitosa/Agencia Peruana de Noticias 2020

Ass

Poëzie kan nooit over mij gaan,
noch ik over poëzie.
Ik ben alleen, het gedich is alleen,
en de rest is van wormen.
Ik stond aan de straten waar de woorden wonen,
boeken, brieven, berichten,
en wachtte.
Ik heb altijd gewacht.
De woorden, in lichte of duistere vormen,
veranderden mij in een duister of lichter iemand.
Gedichten passeerden mij
en herkenden zichzelf als een ding.
Ik kan het zien en me zien.
Nooit komt ere en einde aan deze verslaving.
Eskaders gedichen zijn op zoek naar hun dichters.
Ze dwalen zonder comando door het grote
district van de woorden
en verwachten het aas van hun volmaakte,
gesloten, gedichte, gemmakte
en onaantastbare
vorm.

Figuur

Ze bloem van de hibiscus duurt een dag,
ster van kortstondig vuur in tegenspraak
van tuin en hemel, de man daarin een lichaam
dat zich weert, als elke bloem.

Wat hij niet weet: hoe waar dit alles is.
Is deze figuur wel echt
die in de laatste schijn van sterren buiten zit,
de bloem niet ziet, zich schroeit
aan het koud licht en in de tijdelijke 
ochtend bloemen raapt van
zwarte grond en wijkt voor het geweld
van zonlicht?

De zin van rouw die in hem woekert
herdenkt een vriend, een vriendschap
die zijn maat verliest
tussen zoveel vergaan.

Wat zit daar nu, een man of een gedicht?

De postman in zijn gele hemd fietst tot het hek,
vertelt de wereld, geeft zijn brief af
aan een levende, weet niets van rouw of ziel.
Hij ziet de rode bloemen op de grond,
zegt het wordt heet vandaag,
verdwijnt dan in het licht

en dit gedicht.

actualizado ab. 2020

martes, agosto 12, 2014

Tomás Segovia / Intruso




Qué me puede esperar allá
adelante
qué me puede esperar
allá donde no hay nada que esté esperando
nada
qué me puede esperar a mí el más
huérfano
el que nunca es llamado
que da pasos de intruso por un mundo
donde nunca vio nada que soñara ser suyo
qué iré a encontrar allá
sino lo nunca familiar
lo que no acepta el nombre si yo le doy un
nombre
lo que niega las reglas de mi juego si juego
y si respiro seriedad se mofa
qué esfuerzo o qué locura ésta
de no querer echarme atrás
no querer dar un paso más
una mirada más una buena fe más
qué peligrosa convicción seguir creyendo
que yo el borrado yo el más huérfano
nunca tendré derecho a dar la espalda
que es el mundo el que un día
tendrá por fin que dar la cara.

Tomás Segovia (Valencia, 1927- México D.F., 2011), Rastreos, Pre-Textos, Valencia, 2012
Envío de Jonio González

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Foto: Tomás Segovia, Venecia, 2008, Alberto Di Lolli/El Mundo, España

lunes, agosto 11, 2014

Muriel Rukeyser / Esfuerzo por entablar un diálogo


Habla. Tómame la mano. ¿Qué eres tú ahora?
Te diré todo. No ocultaré nada.
Cuando yo tenía tres años, un niñito leyó la historia de un conejo
que moría, en la historia, y yo me oculté debajo de una silla:
un conejo rosado: era mi cumpleaños, y la llama de una vela
me quemó dolorosamente en un dedo, y me dijeron que fuera feliz.

Oh, trata de conocerme. No soy feliz. Seré sincera:
ahora pienso en velas blancas contra un cielo como música,
como alegres cuernos de caza, y pájaros levantando vuelo y un brazo rodeándome.
Hubo alguien a quien amé, que quería vivir navegando.

Habla. Tómame la mano. ¿Qué eres tú ahora?
A los nueve años fui gozosamente sentimental,
fluida: y mi tía viuda tocaba Chopin,
y yo inclinaba mi cabeza sobre la madera trabajada y pintada, y flotaba.
Ahora quisiera estar a tu lado. Me gustaría
unir de algún modo los minutos de mis días con tus días.
No soy feliz. Seré sincera.
He amado los focos de las esquinas del atardecer, y calmos poemas.
Ha habido temor en mi vida. Algunas veces medito
sobre qué tragedia fue mi vida, realmente.
Tómame la mano. Aprieta mi mente en el puño de tu mano. ¿Qué eres tú ahora?
A los catorce años tenía sueños suicidas,
y me estaba junto a una alta ventana, al atardecer, esperando la muerte:
si la luz no hubiera disuelto nubes y llanuras en belleza,
si la luz no hubiese transformado ese día, hubiera dado el salto.

Soy desdichada. Estoy sola. Háblame.

Seré sincera. Creo que él nunca me amó:
amaba las playas luminosas, los labios de espuma
sobre las pequeñas olas, amaba el vuelo de las gaviotas:
alegremente decía: Te amo. Trata de conocerme.

¿Qué eres tú ahora? Si pudiéramos tocarnos,
si estas nuestras separadas entidades pudieran estrecharse,
compenetrarse como las piezas de un rompecabezas chino... ayer
me encontré en una calle atestada, viva de gente,
y nadie decía una palabra, y la mañana brillaba.
Todos en silencio, en movimiento...Tómame la mano. Háblame.

Muriel Rukeyser (Nueva York, 1913-1980), Alberto Girri, 15 poetas norteamericanos. Segunda serie, Editorial Bibliográfica Omeba, Buenos Aires, 1969 

Foto: En la portada de Selected Poems, Adrienne Rich ed. Library of America, EE.UU., 2013

Act. 2022

domingo, agosto 10, 2014

Leonardo Sinisgalli / El último porrazo de Flaiano















Se me rompió el cordón
del zapato, no tengo
ganas de andar viajando,
vuelvo a casa a morir.
En la larga mañana de tedio
escribirá un amigo
mi epicedio.

Leonardo Sinisgalli (Montemurro, Lucania, 1908-Roma, 1981), Mosche in bottiglia, Mondadori, 1975
Versión de Jorge Aulicino

Notas del traductor: Ennio Flaiano (1910-1972), mordaz espíritu de la Roma de posguerra, escritor, guionista, crítico de cine. El epicedio era un canto para los funerales en la antigua Grecia.

Foto: s/d

L'ultima battuta di Flaiano

Si è rotto il laccio
della scarpa, non ho
voglia di mettermi in viaggio,
torno a casa a morire.
Nella lunga mattinata di tedio
scriverà un amico
il mio epicedio.

sábado, agosto 09, 2014

Leonardo Sinisgalli / Goethe y Schopenhauer











De un vidrio de ventana ahumado
y delante de un sombrero negro
hice nacer el amarillo,
escribió Goethe a Schopenhauer.
Existe un límite más allá del cual
las cosas desparecen y no conviene
buscarlas más.

Leonardo Sinisgalli (Montemurro, Lucania, 1908-Roma, 1981), Mosche in bottiglia, Mondadori, 1975
Versión de Jorge Aulicino

Goethe e Schopenhauer

Da un vetro di finestra affumicato
e davanti a un cappello nero
ho fatto nascere il giallo,
scrisse Goethe a Schopenhauer.
Esiste un confine oltre il quale
le cose spariscono e non conviene
più cercarle.

Foto: s/d

viernes, agosto 08, 2014

Víctor Redondo / Los jóvenes maestros



Uno

Una vez más frente a frente.
Pero ahora el miedo
ha quitado de las palabras el ropaje de las palabras
y ahora las palabras, pero no las palabras,
son palabras finalmente, y no aquéllas.

Hay mucha exageración en todo esto
y una pequeña parte de verdad, “tengo
ciertos miedos que pertenecen al futuro”.
No se halla nunca el comienzo
y es tan difícil terminar. Un poema
quisiera extenderse como un pecado nuevo,
siempre insuficiente. ¿Para quién se escribe?
La ficción comienza antes del primer acto,
antes de entrar en la sala de los enigmas, antes
de sentarnos frente a la hoja, enjoyados por el hastío,
y antes de ser los animales jóvenes en busca del deseo.
No me mires así, sobre esto debo hablar.
Deja que destierre en paz estas almas que recuerdo
en cenizas, en trampas, en las noches donde vierto
la triste espuma de un vino inacabable.

Hemos nacido para el éxtasis seco,
para la furia de no comprender,
para tener cadenas por necesidad de cadenas y gozar
la lujuria de la rebelión. Deja que hable.
Pero no me dices que no hable: no me escuchas.
Hablo a la fría lucidez de los muertos
que no creen necesario contestar.
Ser o no ser son dos espejos ausentes.
Sobre esto es inútil hablar.
Tengo las palabras cubiertas de polvo.
Necesito que me respondas, ese silencio enloquece.
Necesito enfrentar palabras para oponer palabras.
Necesito creer en el mal para vencer lo irremediable.
El veneno de la serpiente
nos defiende de la serpiente. Y estamos hablando
de las involuntarias víctimas de un antiguo mal. Eso creo.
Quizás estamos hablando de otra cosa
y yo esté demasiado solo esta noche.

Víctor Redondo (Buenos Aires, 1953), 70 poemas, Hilos Editora, Buenos Aires, 2014

jueves, agosto 07, 2014

William Carlos Williams / Paterson, 21

Libro Dos
Domingo en el Parque 
II (cont.)




Un estado crítico en cuestiones financieras en particular se presentó. Los Estados se inclinaban por sacarse de encima la deuda contraída durante la reciente guerra—cada estado prefería hacerse cargo de sus propias obligaciones por separado. Hamilton comprendió que si esto ocurriera el efecto sería fatal para la futura credibilidad. Con energía e ingenio se mostró a favor de la “Asunción”, asunción del gobierno federal de la deuda nacional, y el otorgamiento de poder tributario sin el cual no podría obtener los fondos necesarios para este propósito. Se desató una tormenta en la que encontró la oposición de Madison y Jefferson.

Pero cuando llegué aquí pronto descubrí que era
solo una ranita en un poderoso y enorme charco. Así que
me puse a trabajar de nuevo. Creo
que nací con un don para ese tipo de cosas.
Prosperé y me vanagloriaba por ello. Y entonces creía
que era feliz. Y era feliz — tan feliz
como el dinero podía hacerme.

¿Pero me hizo BUENO?

Hizo una pausa para reírse, con ganas, y
sus débiles asistentes lo siguieron,
esforzándose—sonriendo a
las rocas con sonrisas irónicas    .

¡NO! gritó, arrodillándose
e incorporándose violentamente
por la fuerza de su énfasis—como
Beethoven logrando un crescendo de una
Orquesta—¡NO!

No me hizo bueno. (Sus puños apretados
se levantaban por encima de sus cejas.) Seguí haciendo
dinero, más y más, pero no me hizo
bueno.

¡América, la dorada!
con estafa y dinero
maldito
como Altgeld enfermo
y fundido
te amamos tierra
amarga

Como Altgeld
arrinconados
viendo pasar a los
dolientes
inclinamos la cabeza
ante ellos
y nos quitamos
el sombrero

Y así
un día oí una voz .  .  .  una voz—tal
como esta con la que hoy les hablo.   .   .
.        .        .        .       .       .        .       .       .       .
.        .        .        .       .       .    Y la voz dijo,
Klaus, ¿qué pasa contigo? No eres
Feliz. ¡Soy feliz!, le grité,
tengo todo lo que deseo. No, me dijo.
Klaus, eso es mentira. No eres feliz.
Y tuve que admitir que era cierto. No era
feliz. Eso me molestaba mucho. Pero era testa
rudo y cuando volví a pensarlo me dije
a mí mismo, Klaus, te estás poniendo viejo
para permitir que cosas así te preocupen.


.        .        .        .       .       .    entonces un día
nuestro Señor bendito vino a mí y puso Su mano
en mi hombro y dijo, Klaus, viejo estúpido,
has estado trabajando demasiado. Te ves
cansado y preocupado. Déjame ayudarte.

Estoy preocupado, respondí, pero no sé qué
hacer. Tengo todo lo que el dinero puede
comprar, pero no soy feliz, esa es la verdad.

Y el Señor me dijo, Klaus, entrega tu
dinero. Nunca serás feliz hasta que lo hagas.

William Carlos Williams (Rutherford, 1883-1963), Paterson, New Directions, New York, 1963
Versión de Silvia Camerotto


Book Two
Sunday in the Park II

Especially in the matter of finances a critical stage presented itself. The States were inclines to shrug off the debt incurred during the recent war—each state preferring to undertake its own private obligations separately. Hamilton saw that if this were allowed to ensue the effect would be fatal, to future credit. He came out with vigor and cunning for “Assumption”, assumption by the Federal Government of the national debt, and the granting to it of powers of taxation without which it could not raise the funds necessary for this purpose. A storm followed in which he found himself opposed by Madison and Jefferson. //But when I got here I soon found out that I /was a pretty small frog in a mighty big pool. So /I went to work all over again. I suppose /I was born with a gift for that sort of thing. /I throve and I gloried in it. And I thought then /that I was happy. And I was — as happy /as money could make me. //But did it make me GOOD? /He stopped to laugh, healthily, and /his wan assistants followed him,  /forcing it out—grinning against /the rocks with wry smiles    . //NO! he shouted, bending /at the knees and straightening himself up /violently with the force of his emphasis—like /Beethoven getting a crescendo out of an /orchestra—NO! //It did not make me good. (His clenched fists /were raised above his brows.) I kept on making /money, more and more of it, but it didn’t make /me good. //America that golden! /with trick and money /damned /like Altgeld sick /and molden /we love thee bitter /land //Like Altgeld on the /corner /seeing the mourners /pass /we bow our heads /before thee /and take our hats /in hand // And so /one day I heard a voice . . . a voice—just / as I am talking to you here today.   .   . /.        .        .        .       .       .        .       .       .       .    /.        .        .        .       .       .    And the voice said, /Klaus, what’s the matter with you? You’re not /happy. I am happy! I shouted back, /I’ve got everything I want. No, it said. /Klaus, that’s a lie. You’re not happy. /And I admit it was the truth. I wasn’t /happy. That bothered me a lot. But I was pig- /headed and when I thought it over I said /to myself, Klaus, you must be getting old /to let things like that worry you. //.        .        .        .       .       .  then one day /our blessed Lord came to me and put His hand /on my shoulder and said, Klaus, you old fool, /you’ve been working too hard. You look /tired and worried. Let me help you. /I am worried, I replied, but I don’t know what to /do about it. I got everything that money can /buy but I’m not happy, that’s the truth. //And the Lord said to me, Klaus, get rid of your /money. You’ll never be happy until you do that.


miércoles, agosto 06, 2014

Maria Mercè Marçal / Esa parte de mí que adoraba a un fascista...









            “Toda mujer adora a un  fascista
                                               Sylvia Plath


Esa parte de mí que adoraba a un fascista
-o lo  adora, ¡quién sabe!-
yace contigo, se acuesta contigo.

No le espanta  la tumba. Llamada desde siempre
al dominio más oscuro,
muere contigo, y vive de ti.

Ofrenda temblorosa, sólo sabe seguirte
y aferrarse a tu mal
como al puerto más seguro.

Medusa deshuesada, eso que de mí  queda
se afana por completarse
sin ti, lejos de ti.

El bisturí vacila. ¿Quién vive al otro lado?
Y ¿cómo podré pensarte
como si yo no  fuera tú?

Maria Mercè Marçal ( Barcelona, 1952-1998),  Desglaç, Edicions 62, Barcelona,  2012
Trad. de Jonio González


                    "Cada dona adora un feixista..."
                                                  Sylvia Plath

Aquella part de mi que adorava un feixista
-o  l’adora, qui ho sap!
jeu amb tu, jau amb tu.

No l’espanta la  tomba. Cridada des de sempre
al domini més fosc,
mor amb tu, i viu de  tu.

Ofrena tremolosa, no sap sinó seguir-te
i arrapar-se al  teu mal
com al port més segur. 

Medusa desossada, allò que de  mi resta
malda per completar-se
sense tu, lluny de tu.

El  bisturí vacil.la. Qui em viu a l´altra banda?
I com podré pensar-te
com  si jo no fos tu?  

martes, agosto 05, 2014

Albert Samain / Dilección





















Amo todas las formas indecisas;
los pálidos colores, los cabellos,
los ojos, el escorzo de los cuellos,
las suaves, melancólicas sonrisas,

las violetas, los ópalos, un cielo
todo gris, los vaguísimos aromas
las rimas que se rozan cual palomas
solicitadas por un mismo anhelo;

del humo las volubles espirales
en que giran los sueños, y la bruma
crepuscular que su perfil esfuma,
y sus largas caricias celestiales;

un alma por deleites agobiada,
sufriendo un gran pesar, meditabunda,
como una flor marchita, moribunda,
como un mustia rosa, triste, ajada;

y cual rojo rubí de un lampadario,
velando entre la sombra misteriosa,
dentro de un corazón la luz radiosa
de un casto amor intenso y solitario.

Albert Samain (Lille, Francia, 1858-Magny-les-Hameaux, Francia, 1900), El Gladiador, N° 38, Buenos Aires, 16 de octubre de 1903
Trad. de Mauricio Nirenstein (1875-1935)
Envío de Juan Anselmo Leguizamón

Imagen: Albert Samain, detalle del retrato de Pierre Gandon Wikimedia Commons


Dilection

J'adore l'indécis, les sons, les couleurs frêles, 
Tout ce qui tremble, ondule, et frissonne, et chatoie : 
Les cheveux et les yeux, l'eau, les feuilles, la soie, 
Et la spiritualité des formes grêles ;

Les rimes se frôlant comme des tourterelles, 
La fumée où le songe en spirales tournoie, 
La chambre au crépuscule, où Son profil se noie, 
Et la caresse de Ses mains surnaturelles ;

L'heure de ciel au long des lèvres câlinée,
L'âme comme d'un poids de délice inclinée,
L'âme qui meurt ainsi qu'une rose fanée,

Et tel coeur d'ombre chaste, embaumé de mystère, 
Où veille, comme le rubis d'un lampadaire, 
Nuit et jour, un amour mystique et solitaire.

Au jardin de l'infante (1893)
Les grands classiques

lunes, agosto 04, 2014

Elinor Wylie / Huida












Cuando los zorros coman las últimas uvas doradas
y se mate al último antílope blanco,
dejaré de luchar y huiré
hacia una casa pequeña que voy a construir.

Pero antes me encogeré hasta el tamaño de un hada,
con un susurro que nadie entienda
haciendo lunas ciegas de todos vuestros ojos
y caminos embarrados de todas vuestras manos.

Y en vano me buscaréis a tientas
en agujeros bajo las raíces del mangle
o donde, entre la lluvia que huele a manzanas,
los plateados nidos de las avispas cuelgan como frutos.

Elinor Wylie (Somerville, Nueva Jersey, 1885-Nueva York, 1928), Collected Poems of Elinor Wylie, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1932
Traducción de Jonio González


Escape

When foxes eat the last gold grape,
And the last white antelope is killed,
I shall stop fighting and escape
Into a little house I'll build.

But first I'll shrink to fairy size,
With a whisper no one understands,
Making blind moons of all your eyes,
And muddy roads of all your hands.

And you may grope for me in vain
In hollows under the mangrove root,
Or where, in apple-scented rain,
The silver wasp-nests hang like fruit.

domingo, agosto 03, 2014

Leonardo Sinisgalli / El cuarto del suicida












El pequeño escritorio chamuscado
permanece en un rincón del cuarto
trasero de la casa. Una ventanita
asoma sobre un claro, se entrevé
una palma en el borde del terraplén
que se precipita hacia el valle. El poeta
se apoyaba con el respaldo de la silla
en la pared y podía ver de costado,
en los días serenos, el filo
de luz que venía del Estrecho.
La excavación tras los hombros
ha dejado al descubierto la trama
gruesa de los ladrillos. Un atado
semivacío de nacionales, algún
fósforo roto apagado:
los frotaba en el revoque,
estirando el brazo.

Leonardo Sinisgalli (Montemurro, Lucania, 1908-Roma, 1981), Mosche in bottiglia, Mondadori, 1975
Versión de Jorge Aulicino

Foto: Leonardo Sinisgalli c 1970 Fondazione Leonardo Sinisgalli

La camera del suicida

La piccola scrivania bruciacchiata
sta in un angolo dello stanzino
a tergo della casa. Una finestrella
sporge su uno spiazzo, s'intravede
una palma sull'orlo del terrapieno
che sprofonda nel vallone. Il poeta
si appoggiava con la spalliera della sedia
alla parete e vedeva di sguincio
nei giorni sereni la lama
di luce che veniva dallo Stretto.
Lo scavo dietro le spalle
ha messo a nudo la trama
grossa dei mattoni. Un pacchetto
semivuoto di nazionali, qualche
fiammifero intero spezzato spento:
lo strofinava all'intonaco
allungando il braccio.

sábado, agosto 02, 2014

Santiago Sylvester / Peripecia del cuerpo









El cuerpo es exigente: reclama, ofrece prestaciones, y ahora
me doy cuenta de que elige sólo a medias:
sin embargo,
en él está lo que gano y pierdo: vértigo de lo que llega,
descarte de lo que sobra y
perpetuamente sobrará.
La memoria
forma parte del cuerpo: no difieren naturaleza y cultura: todo
en este caso es todo, pero no con el fastidio ontológico sino
con la contundencia del verbo estar.
La voz, el entusiasmo,
forman parte del cuerpo como la mirada forma parte del
ojo: no hay separación que valga.
Un cuerpo sano o enfermo es igualmente el cuerpo, incluso
la cicatriz;
la caída de un diente, un moretón, son tan cuerpo como la
punta de los dedos:
hasta lo que puede ser cortado, uña, pelo o pellejo, que es
donde más se esmera porque ahí
puede desaparecer.
El enigma que circula por el cerebro, lo intenso del tendón
y resueltamente el sexo: cada tarea
pregunta qué vino mi cuerpo a decir de mí, cuál es la
justificación que me rodea:
el cuerpo, el exigente.
Con él
me siento en confianza, no sé si en calma:
un ojo cerrado, el otro abierto,
como el animal que se tiende al lado de su dueño y se duerme,
y sospecha que por ahora todo está bien.

Santiago Sylvester (Salta, 1942), Los casos particulares, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014